No habrá ninguna igual

La música que escuché mientras escribía

 

Varias veces te hablé de Marian Anderson, la voz humana más perfecta que escuché en mi vida. Me acompaña desde la cuna, porque me hacían dormir con sus lieder y no dejé de escucharla en mis distintas edades. Lo que tardé muchos años en saber es que en la primera mitad del siglo pasado era un escándalo que una mujer negra, como se decía entonces, se apropiara del repertorio de la música universal, es decir europea y blanca. De Bach, Haendel, Brahms, Schubert. Ningún conservatorio la admitió como alumna. Un profesor, impresionado por su talento, le dio clases particulares. Sólo se les permitía cantar su propia música, los Negro Spirituals. ¡Y cómo lo hacía!

 

 

 

 

 

 

 

A raíz del notable impulso readquirido por Black Lives Matter desde el asesinato de George Floyd, la revista New Yorker publicó un artículo recordando "Cuando Marian Anderson desafío a los nazis". Se refiere a su gira por Europa, cuando Hitler gobernaba Alemania y un régimen afín en Austria.

La profesora de historia y literatura germánica Kira Thurman cuenta que Anderson  era bella y elegante y rivalizaba en popularidad con Josephine Baker, que cuando caminaba por las calles de Salzburgo la seguían manadas de periodistas y de admiradores que le proponían matrimonio. Ya tenía entonces 38 años. "Los hombres están locos por ella" le escribió a su familia la pianista Josephine Harreld Love, que estaba estudiando allí.

En la década siguiente a la primera gran guerra europea, los músicos estadounidenses que padecían el racismo en su país recibían el espaldarazo de las audiencias europeas, como el tenor Roland Hayes, que en 1927 llegó a ganar allí 100.000 dólares de entonces, una fortuna inconcebible. Pero una década después todo había cambiado y los afroestadounidenses no eran bien recibidos. Cuando el barítono Aubrey Pankey cantó lieders en Viena, un artículo periodístico sostuvo que había profanado la cultura germánica. En 1935 Marian Anderson quiso inscribirse para cantar en el festival de Salzburgo, pero fue rechazada. Lo hizo igual, en un pequeño auditorio mozartiano de la ciudad, para pocos espectadores. Pero la repercusión fue tal que repitió el recital en el salón de baile de un hotel, colmado por músicos de élite que la acompañaron en su desafío. Allí pronunció su famosa definición el gran conductor Arturo Toscanini: “Sólo puede escucharse una voz así cada cien años".

En 1936 ignoró las amenazas de bombas y cantó en el Musikverein con la filarmónica de Viena dirigida por  Bruno Walter. Lo repitió en 1937, pocos meses antes de la anexión de Austria por la Alemania nazi. Cantó la Rapsodia de Brahms para contraalto sobre un poema de Goethe, ante una sala colmada.

 

 

 

 

 

 

Ante la inminencia de la guerra regresó a su país, donde nada era fácil para la gente de color. La única sala de conciertos de Washington capaz de albergar las multitudes que seguían sus presentaciones era el Memorial Hall, administrada por las damas de beneficencia autodenominadas Hijas de la Revolución Estadounidense. Cuando Anderson requirió fecha para cantar allí, le hicieron saber que los reglamentos decían: "Sólo blancos". Lo que siguió fue un hecho extraordinario: Eleanor Roosevelt, esposa del Presidente, renunció a las Hijas de la Revolución e invitó a Marian Anderson a dar su recital en el Monumento a Lincoln, donde la acompañaron varios ministros del gabinete y jueces de la Corte Suprema, ante una audiencia de 75.000 personas.

 

 

 

Con la primera dama Eleanor Roosevelt.

 

 

En el Lincoln Memorial, en 1939.

 

 

El programa de su recital histórico.

 

 

 

Entre esas 75.000 personas estaba el pibe de 9 años Martin Luther King, quien la evocó décadas después cuando desde el mismo lugar pronunció su legendario discurso Yo tengo un sueño. Las Hijas de la Revolución modificaron su reglamento y Marian Anderson fue varias veces invitada de honor a cantar en su auditorio. Kira Thurman se pregunta en qué momento comenzaron a tratarla como una santa antes que como una artista. Los grandes acontecimientos no eran completos sin su presencia. Así, cantó en los actos de asunción de los sucesivos Presidentes Eisenhower, Kennedy y Johnson, y Jimmy Carter le rindió emocionado homenaje.

Al presentarla ante el monumento a Lincoln, el ministro del Interior, Harold Ickes dijo que el genio no tenía color.

 

 

 

 

 

 

A diferencia de Paul Robeson, que desafiaba en forma abierta a los racistas y macartistas que lo persiguieron, Marian Anderson rehuía el debate. No le gustaba hablar en público. Pero era intransigente en sus principios. No sólo logró la desegregación en el escenario. Al fin de cuentas, Duke Ellington era el número central del cabaret de lujo Cotton Club, reservado al público blanco. Marian Anderson aceptaba comer en su habitación y subir en el montacargas porque los hoteles estaban divididos por raza. "Si fuera más combativa insistiría con estas cosas. Pero no está en mi naturaleza. Siempre pienso que debo dejar una impresión que haga las cosas más fáciles para los que vengan después”. Pero desde 1950 se negó a cantar en auditorios que discriminaran al público por el color de su piel. Emblema de la lucha contra el racismo, se casó con un arquitecto blanco, Orpheus Fisher, con quien convivió cuatro décadas. Paul Robeson era abogado, campeón de fútbol y actor, además de cantante. En sus momentos fuera del escenario, Marian Anderson cocinaba, cosía, cuidaba el jardín y tapizaba muebles. No quería pelearse con nadie. Sólo le interesaba cantar. Esa fue su revolución. En 1961 cantó una ópera de Verdi en el Metropolitan Opera House, la primera solista negra en pisar ese santuario.

 

 

Con su hombre, Orpheus Fisher.

 

 

Nada de esto tendría la importancia que tiene si no hubiera sido una cantante única, tanto con el repertorio clásico como con los Negro Spirituals que nunca abandonó. Podés comprobarlo en los videos que siguen, incluyendo un documental (por desgracia sin traducción, pero que permite verla en su cotidianeidad).

 

 

 

 

 

 

A mí me emociona cada vez que la escucho. Espero que te llegue con la misma intensidad.

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